El altar extraordinario que se ha montado en la Iglesia de San Antonio de Padua quiere representar el Monte Calvario, un monte escarpado que corona Cristo del Buen Fin clavado en la cruz, redentor del mundo, que desde su posición elevada nos acerca a Dios. Es un monte originariamente seco, pero en el mismo comienza a crecer la vida, justo al pie del santo madero. Sabemos que con la muerte del Señor renace la vida, de ahí que todo el altar esté salpicado de flores: calas, que simbolizan la pureza y la compasión que Cristo sintió por nosotros, a pesar de su muerte. Con ella nace una nueva Iglesia y nos redime de nuestros pecados. La hiedra y las esparragueras, de color verde, denotan la esperanza en una vida nueva tras la Resurrección.
El fondo del altar lo conforma un gran velo morado tachonado de estrellas, un sol y una luna. Todo ello representa las tinieblas que caen sobre el mundo cuando Jesucristo muere. Esta es una representación que se hace desde la Edad Media hasta la mitad del Barroco, usando el color litúrgico con el que se cubrían altares en el tiempo cuaresmal. Además, la presencia de las estrellas son un signo que evoca la noche, la oscuridad del momento justo en que Cristo expira la tarde del Viernes Santo. Sobre ellas, una inscripción que recoge unas palabras que San Francisco solía pronunciar ante el crucifijo: DEUS MEUS ET OMNIA (Mi Dios y mi Todo): Cristo es lo máximo, junto al abrazo de San Francisco y la corona que remata el altar, símbolo de Cristo como Dios del Universo.
Las imágenes que acompañan a Cristo del Buen Fin en el Calvario son la Virgen de la Palma y San Juan Evangelista, siempre junto a la Cruz en las representaciones de la pasión; los Santos Varones, José de Arimatea y Nicodemo, que portan el permiso para bajar al Señor y la escala para descender su cuerpo; María Salomé y María de Cleofás, que llevan en sus manos el Santo Sudario para envolverlo; y Santa María Magdalena, arrodillada y orante junto a Cristo. Todas estas imágenes pertenecieron a algunos de los distintos pasos de misterio que acompañaron, algún Miércoles Santo, a nuestro Titular por las calles de Sevilla.
A los pies de María Magdalena, y llenando al altar de detalles, los elementos de la pasión: la túnica que le fue despojada y la soga con la que fue maniatado, los dados con los que repartieron sus vestiduras, la lanza que atravesó su costado y la esponja con la que se le ofreció de beber (un guiño al pasaje que también, en su historia, representó la Hermandad aún con un Cristo muerto), el martillo y las tenazas, el paño de la Verónica, el cáliz que recogió su sangre y en un lugar destacado la calavera de Adán, símbolo de la vieja Iglesia que, a su vez, da nombre al Gólgota o Monte de la Calavera. Todo el altar sería, de esta forma, un contraste entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento que representa Cristo crucificado.
Sin duda, un altar extraordinario para un año extraordinario, en el que Cristo nos da una lección de amor desde el lugar donde se entrega por nosotros y por nuestra salvación. Como San Francisco decía, Cristo del Buen Fin, nuestro Dios y nuestro Todo, ante los ojos misericordiosos de Nuestra Señora de la Palma.
Sevilla, Semana Santa 2021