Hermandad del Buen Fin

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Todo tiene su tiempo y sazón.

 

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Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el sol (Eclesiastés, 3,1).

 

Son las palabras de la sabiduría bíblica que nos sirven para comenzar el período estival, el tiempo de vacaciones. La vida de nuestra Hermandad toma otro ritmo y muchos cambian de actividades y marchan a otros lugares para cambiar el ritmo de vida, encontrar la serenidad necesaria y depender de un despertador.

Las vacaciones o verano deberían ayudarnos a encontrarnos un poco más con nosotros mismos, a dedicar tiempo a lo nos gusta y no hemos podido realizar con la tranquilidad suficiente durante los meses de trabajo; a disfrutar de la familia y, en definitiva, a tomarnos el pulso de nuestro vivir diario y nuestra salud mental.

Pero el ser cristianos no tiene vacaciones, Dios no se va de vacaciones, la Iglesia no descansa. Sería penoso que en nuestras vacaciones dejásemos aparcada nuestra fe, nuestra práctica religiosa y nuestra preocupación por la Hermandad. La fe se alimenta de los sacramentos y de la relación diaria con el Señor y esto no conoce descanso ni periodo estival. Muchas veces digo a los más jóvenes: “Tú te imaginas que en agosto reces o pidas algo a Dios y Él te responda que está de vacaciones, que está cerrado, pues lo mismo nosotros con Él”.  No se baja Jesús de la cruz porque sea verano y haga calor. De ahí nuestra responsabilidad para mantener el alimento que nos sacia y gastar el salario en lo que merece la pena.

 

 

            Te invito a rezar con estas palabras:

 

Haz, Señor, mi Cristo del Buen Fin, que cierre los ojos para ver, para verte;

y que salte de alegría desde la oscuridad de la noche de la fe;

haz, Señor, que camine siguiendo tus huellas sin miedo a seguirte,

y que goce haciendo realidad en mi vida la verdad de tu Evangelio.

Yo creo en ti, Señor Jesús, y te quiero como eres en mi vida;

yo creo en ti, Señor, y te amo como el sentido de mi existencia;

yo creo en ti, Señor, y exulto de gozo al saber que me amas;

yo creo en ti, Señor, al saber que has muerto y resucitado por mí.

 

Contigo, Señor del hombre, mi vida se llena de entusiasmo;

contigo, Señor de la Vida mi caminar se hace más ligero y gozoso;

contigo, Señor de lo Bello, mi corazón busca lo limpio y puro;

contigo, Señor de la Verdad, mi búsqueda se ha hecho luminosa.

Contigo, Jesucristo, me siento salvado y seguro en la vida;

contigo, Jesucristo, me siento perdonado y libre de mi ser;

contigo, Jesucristo, me siento feliz, me alegro de vivir;

contigo, Jesucristo, me vida vale la pena y es otra cosa.

 

Gracias, Señor, por el don de la fe que me diste en el bautismo;

gracias, Señor, por el don de tu Palabra que alimenta mis fe;

gracias, Señor, por el don de tu Espíritu que me acerca a ti;

gracias, Señor, por el don de tu Cuerpo y tu Sangre que yo acepto.

 

¡Feliz  verano! 

Fr. Manuel Domínguez. Lama, OFM.

Director espiritual

 

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